Soy Domingueño (de Santo Domingo de Heredia) por los cuatro costados, de cuna, de alma, de corazón.
El patio de mi casa, en el centro de ese cantón, siempre tuvo desde que tengo memoria, un gigntesco sentinela, un enorme árbol de mango de unos 10 metros de altura, que según mi papá Rogelio Rodríguez, lo sembró un tío suyo llamado Joel, allá por los años 60´s. De niño lo veía como un coloso monumental, suponía que era el objeto más alto del lugar porque yo lo miraba desde cualquier punto cardinal donde estuviera parado.
Mi patio siempre fue el lugar más maravilloso de mi vida, ahí podía pasar cualquier cosa, ser el fondo del mar, un desierto, un océano invadido por piratas, o hasta la luna. Ahí, a la sombra de ese mango aprendí a conocer la naturaleza y los animales. Las ardillas se paseaban por sus ramas robando mangos o los platanos que mi papá les dejaba. Los pájaros bobos llegaban a descansar en su frondosa copa, los come maíz, viuditas y hasta zorros pasaban tranquilamente por la tápia de mi tía Tere, límite entre las dos familias.
Con el paso del tiempo empecé a olvidar que en ese patio escoltado por el gigante verde podía pasar cualquier cosa. Y les debo confesar que fue algo que pasó ahí, hace unos pocos años atrás, lo que me motivó a hacer esta página Web y a que un proyecto tan valioso como El Explorador viera la luz otra vez.
La mañana de un domingo me llamó mi suegro, Julio, y me alertó que en frente de la casa de mis papás había un tumulto de gente, al parecer un animal estaba en las ramas de un naranjo en el lote de la casa.
A toda velocidad me fui para allá y con gran sorpresa me topé con nada más y nada menos que un tigrillo bien acomodado en el palo de naranja. No parecía que estuviera maltratado o que sufriera cautiverio, no tenia marcas de correa en el cuello y lucia nutrido, lo que si era, es que estaba largo de su hábitat.
De inmediato llamamos a la unidad de rescate animal de los bomberos, sabía de mis tiempos de periodista que eran los más indicados, ellos ven desde ataques de abejas africanas, pasando por boas que se escapan, hasta perros furiosos. Ellos pidieron el apoyo de especialistas de la escuela de veterinaria de la UNA, quienes acudieron de inmediato y con servatanas y todo el equipo posible iniciaron el rescate del felino, que aún seguia sin entender lo que pasaba.
Con mi teléfono celular y con la emoción de un principiante "grabé" todo, lo mejor que pude, todo lo que pasó en mi maravilloso patio de infancia.
Hace pocas semanas revisando archivos viejos en mi computadora, encontré esta atropellada y movida grabación, pero viendo los clips con detenimiento, entre en razón que era una señal, mi mágico patio me estaba diciendo algo, me estaba gritando, que las historias de El Explorador se deben contar, se deben recordar, no deben estar guardadas. Por eso decidí con la ayuda de mis amigos diseñadores de World Graphics emprender esta aventura, esta página web, que liberó uno de mis deseos más contenidos, resucitar al Explorador y eso lo logró un tigrillo que se enamoró de mi mágico patio escoltado por un gigante verde.
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